Al terminar la película, con uno de los finales más rancios de los últimos años, se resuelve la pregunta que la titula, sabemos quién ha matado a los moñecos, pero surge otra cuya respuesta resulta dolorosa: ¿Por qué esto? Quizá el asesino no ha sido un personaje de ficción, sino el propio director, Brian Henson, hijo del genial Jim Henson, quien bajo la firma de tan ilustre apellido ha perpetrado una película zafia, boba, que por momentos roza la vergüenza ajena. Algo que duele decir a quienes nos declaramos admiradores de la factoría que dio vida a los Muppets —la razón principal por la que muchos nos hemos interesado por este filme—.
Y eso que la idea no es mala: una buddy movie policiaca, en la que los protagonistas investigan una serie de asesinatos, pero con un tono gamberro y desenfadado, donde los referentes más directos serían El delirante mundo de los Feebles (Meet the Feebles, Peter Jackson, 1989) y ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (Who Framed Roger Rabbit, Robert Zemeckis, 1988). Además de esto, existe un discurso interesante de fondo sobre el racismo y las clases sociales, donde los moñecos son tratados como ciudadanos de segunda frente a los seres humanos. Todos estos elementos resultan a priori atractivos, se espera cuanto menos un filme curioso. El problema reside en que todo es un quiero y no sé cómo hacerlo, una buena idea que se diluye como arena en las manos. Ese discurso crítico de fondo desaparece pronto y la irreverencia no se busca en el humor ácido, como cabría esperar, sino en chistes toscos, de cacaculopedopis, que solo harán gracia a preadolescentes deseosos de oír palabrotas o términos escatológicos: lefa, chocho, follar, polla, etc.
Técnicamente no se la puede reprochar nada. De hecho, las marionetas están bien realizadas, solo que parecen faltas de carisma, quizá por lo pobre que resultan los personajes. Pero tampoco es una película aburrida, tiene buen ritmo y engancha su propuesta tan absurda; lo malo es que los chistes producen vergüenza ajena y no es extraño que alguien se plantee si continuar viéndola o darle al botón del stop y pasar a otra cosa. En fin, que da rabia.